Duende
Esta historia pudo haber comenzado de cualquier lugar del mundo. Como catapulta me sirvió la mano derecha del Cristo en el Brasil o tal vez la antorcha de la diosa de la razón en Nueva York. Incluso, pude haberme colado en una de esas naves de la NASA y lanzado al vacío a media altura. Pero, a lo mejor, la historia hubiera parecido un poco extraña y hasta absurda.
Detengo el tiempo; y con el, se detiene todo. Reina un silencio eterno en el infinito. En ese momento soy yo el centro del universo. Y hago de la tierra el teatro de mis aventuras. Decido hacer un viaje al pasado. No tengo prisa. En este instante, que es una eternidad, no pasa el tiempo. Hoy, por primera vez, el tiempo, dejo de ser mi enemigo y se ha convertido en mi aliado.
Comienza mi viaje al pasado. Evito tropezarme con las piedras del cielo, camino lentamente. Mi calzado me estorba. ¿O es la conciencia por los niños explotados la que se ha convertido en mi verdugo? Para hacer el viaje más cómodo, me despojo del calzado. En un basurero público de nombre extraño. Creo que se llamaba: "ganancia económica a todo costo"
¿Era un basurero o era un sepulcro de la dignidad de la gente?
A lo lejos, veo una silueta; parece ser la de un hombre. ¿Quién será? ¡Pero qué importa quién sea! Es compañía. ¡Agua en el desierto! Me acerco más y más. Por fin estoy lo suficientemente cerca como para reconocer su rostro. Que sorpresa! Es un caballero a quien el tiempo no ha podido vencer… vuela un su rocinante con alas. Vive eternamente enamorado de su amada dulcinea… no entabla conversación con migo, parece no verme. Se larga en búsqueda eterna de aventuras…
Sigo hacia el pasado echando marcha atrás al reloj. Una vez más creo poder ver a alguien. ¿Quién será esta vez? La curiosidad y ansiedad reinan en mi cabeza.
Me acerco con cautela. Temo que sea el caballero, que en un arranque de locura, me ha confundido con alguien o algo que en su mundo caótico perfecto amenaza, el orden de las cosas.
Ha… que suerte la mía. El caballero, una vez más no me ha visto. Nada más iba de prisa porque le pareció haber oído la voz de su dulcinea que pedía auxilios, a un año luz de distancia, más allá del infinito. Alcancé a oír que con éctasis de una locura romántica, el caballero gritaba, mientras cabalgaba, dulcinea amada mía, no desesperes yo te rescatare al final del día.